Julio 5/ 2020
Blog No.1
VIAJE SOLA CON SEI A LOS 9 AÑOS
La noche antes de emprender un viaje a un lugar desconocido trae por supuesto mucha emoción, pero cuando uno viaja solo por primera vez lejos de casa, sin importar la edad que se tenga, ese sentimiento y la ansiedad de querer estar montado ya en el avión, de repente se nubla por un huracán de emociones. Se cual sea el sentimiento que tengamos la víspera de embarcarnos en esa aventura, lo que sí podemos decir con certeza es que quedará intensamente grabado de por vida y sin saberlo en un abrir y cerrar de ojos esa primera vez se convierte en el principio de un sin-fin.
El recuerdo del inicio de mi primer viaje se ubica en mi antiguo cuarto de la casa donde crecí los primeros años de mi vida. Casa que aún existe y que todos ustedes conocen como SEI. Una maleta verde oscura estilo tula con ruedas empacada cuidadosamente por mi mamá esperaba al lado de mi cama el momento de partir. Tenía solo 9 años y no alcanzaba ni a entender el viaje que me esperaba. Mis papás, quienes con un gran esfuerzo crearon esta agencia, enviaban grupos de niños entre los 8 a 16 años de todos los colegios del país, pero principalmente de Bogotá a programas de vacaciones ubicados en los tradicionales campamentos de verano en el exterior. Yo veía a mis papás formar todo el año los grupos y preparar tanto a padres como a los niños para estar separados por 3 o 4 semanas en las vacaciones, recuerdo acompañarlos al aeropuerto a despedir los grupos que eran guiados por chaperonas que eran profesoras de colegios que ellos conseguían. Incluso mantengo vivo el recuerdo cuando mis papás hacían parte del grupo de chaperones y me llevaban con ellos, donde con solo 3 años de edad me convertía en la niña más pequeña del grupo. Pero esa noche a pocas horas de tomar un vuelo de madrugada ni la hija de los dueños de la agencia ni ellos mismos estaban preparados para soltar. (Mi primer aprendizaje: Los viajes siempre implican soltar).
Con tan solo 9 años había llegado el momento de viajar sin mis papás. El verano de 1991 me esperaba para emprender mi propia aventura en un lugar llamado Camp Rotary ubicado en uno de los densos bosques de Massachusetts al lado de un gran lago. Era en este lugar rodeado de cabañas rústicas, acompañada de niños norteamericanos y alejada de casa donde mis padres tenían la plena seguridad que esta experiencia me haría crecer y cambiaría la vida. Siempre fui una niña consentida, muy apegada a mis padres, a mi casa, con miedo a la oscuridad a la hora de dormir donde mi imaginación se desbordaba a un mundo que me hacía sentir insegura y con un grito en la mitad de la noche buscaba la compañía de mi mamá para volverme a dormir. Con gustos exigentes a la hora de comer, un tanto perezosa y tímida a la hora de hacer nuevas amigas. Era una niña sin el más mínimo interés por el deporte, torpe para correr pero con una pasión especial para el baile y la música. Camp Rotary sin duda me sacaría de mi zona de confort. (Mi Segundo Aprendizaje: la vida tiene muchos colores y sabores y solo de mí depende si los quiero ver y disfrutar).
Adaptarme no fue fácil, tres semanas lejos de casa parecían a mi corta edad una eternidad inimaginable. Desde la primera noche empecé a ver monstruos en la oscuridad creados ni más ni menos por las sombras de los grandes árboles que pegaban a la cabaña #15, donde la leyenda del Camp (porque en Camp que se respete siempre hay leyenda que lo acompaña) contaba la historia de una presencia extraña que vivía en ella, razón por la cual ya no se podía habitar y estaba abandonada. Ahí estaba yo en medio de esta leyenda acostada en un camarote dentro de mi sleeping bag color naranja mirando inevitablemente por una pequeña ventana tan solo forrada por un malla anti-mosquitos que daba hacia esa cabaña. Ese grito de auxilio que estaba acostumbrada a pegar a la mitad de la noche en mi casa en Bogotá, se quedó ahogado en mi garganta por pena a ser la niña miedosa de la cabaña mientras todas las otras niñas de mi misma edad lograban dormir profundamente. (Mi tercer aprendizaje: en la vida de toca afrontar cosas sola, sin la ayuda de nadie).
Los días fueron pasaron, y fui conociendo esa mágica cultura que envuelve a los camps, que solo los que hemos tenido la fortuna de experimentarla sabemos que es realmente mágica y donde no cabe otra palabra para describir el ambiente que se vive en ellos. Camp Rotary se convirtió en mi casa lejos de casa durante dos veranos, así como Camp Day fue mi casa por otros tres. Mis amigas norteamericanas y counselors se convirtieron en mi familia lejos de mi familia, cada actividad como arts and crafts, kickball, water-sports, basketball, volleyball, baseball, fishing, kayaking y canoeing ya eran parte de mi, eso sí debo confesar que nunca me gusto nadar en el lago y hacia todo para evitarlo, eso nunca fue parte de mi. (Mi cuarto aprendizaje: no soy buena para todo, pero lo importante es el esfuerzo "nice try Andrea, nice try")
Como olvidar la trompeta que sonaba muy temprano en la mañana para despertarnos y alistarnos para ir a desayunar, caminando sin bañarnos hacia el Flagpole donde adoptábamos la costumbre de izar la bandera Norteamericana y esperábamos con ganas el desayuno que si bien a muchos no les deleitaba el menú de este extranjero país, todo sabía mejor cuando las mesas del dinning hall empezaban a temblar con el ritmo de juegos de palmas acompañadas por las canciones tradicionales del camp que se repetían una y otra vez en cada almuerzo y comida. Ni hablar de los talent shows, donde claramente yo bailaba cumbia, merengue o salsa, o las fogatas por la noche donde todo el camp se reunía alrededor de unas notas de guitarra.
Todo lo vivido hacía de mis vacaciones las mejores vividas ¡realmente eran sacadas de una película! pero luego sin darme cuenta del pasar del tiempo todo terminaba y era hora de volver a casa. El corazón se arrugaba de tanto llorar siempre que llegaba el momento de despedirme de mis amigos norteamericanos y del staff del camp que dejaba atrás. Muy temprano en la madrugada y ya listo el grupo de colombia para regresar a casa, salían todos los amigos y counselors con velas prendidas a despedirnos y a darnos ese último abrazo fraternal y con la promesa siempre de regresar el próximo verano. Así terminaba siempre la mágica experiencia del camp que re-vivía año tras año cuando participaba en los programas de SEI. (Mi quinto aprendizaje: hay muchas personas a las que puedes llamar familia, las despedidas siempre son tristes y "uno vuelve siempre al lugar donde amo la vida")
Fueron muchos veranos en EE.UU, varios camps, university college, y destinos work and travel a los que puede viajar, pero sin lugar a dudas, fue en ese preciso momento sentada en mi cuarto viendo con miedo la maleta verde empacada para emprender mi viaje a Camp Rotary a mis 9 años donde crecí como un gigante. Fue ese primer viaje sin mis papás donde se marcó el inicio de mi historial de vacaciones de verano en los Estados Unidos. En ese cuarto de niña, estaba lejos de saber que cada programa de SEI al que mis papás me invitaban a formar parte cada verano, serían de las experiencias de vida más significativas que me pudieron dar y que hoy con 37 años recuerdo con gran alegría y hacen gran parte de la persona en la que me he convertido.
Hoy me es claro que EL PRIMER VIAJE que uno se aventure a hacer debe ser visto en el pasar del tiempo como el más importante, porque sin saberlo es el inicio que despierta en uno el devorarse al mundo. Porque en cada viaje uno se encuentra con uno mismo y se des-encuentra a la vez. Porque cuando uno empieza a viajar ya no puede parar de hacerlo. Sin importar si la experiencia es como uno la soñaba o imaginaba, el hacer ese primer viaje hará crecer en nuestro interior al espíritu viajero el cual siempre nos ayudará a recordar de dónde somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir. Este fue mi sexto aprendizaje.
Por: Andrea Nunes- Directora SEI
Foto: Esta foto fue originalmente tomada el verano de 1991, en ese primer viaje sola sin mis padres a Camp Rotary. Yo soy la niña de la mitad. Omitir la fecha que dice en la foto de 2008, ya que re-tome la foto de un albúm de mi mamá ese año y por eso sale como si fuera tomada en el 2008.
Si tu primer viaje lejos de casa y de tu familia fue a través de SEI, queremos saber de tí, cuántos años tenías, a dónde te llevamos, en qué año fue y que nos cuentes cuál es tu mejor recuerdo de él. Mandanos tu historia a Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.